miércoles, 29 de septiembre de 2010

Banquete

El perro se asomaba por el portón viejo cuando escuchó el silbido de su amo. Adentro, un gordo grasoso y calvo se metía grandes pedazos de carne en la boca. Comía con las manos y sin preocuparse por lo que caía nuevamente al plato.
Firulais se sentó, excitado por el olor, esperando que su amo le aventara un poco de aquello que devoraba con tanta devoción; ladeaba la cabeza, sacaba la lengua y emitía un leve quejido. Se acercaba un poco más.
–¿Quieres? –le dijo mientras movía un hueso con retazos de carne.
Un ladrido recibió por respuesta.
–¡Na! esto es demasiado bueno para ti, Firulais, es pura calidad, cortesía de mi jefe Domínguez.
Y el hombre continuaba retacándose los cachetes hasta compactar más las bolas de alimento.
Firulais descansó por un momento de su posición, casi resignándose, cuando el obeso le gritó nuevamente:
–¡Eah!, Firulais, qué, ¿no quieres comer?
Y el perro nuevamente se sentaba, sacaba la lengua y lo miraba, esperando el premio a su comportamiento.
–Espera un poco más, Firulais, ya casi… ¡Listo! ¡Todo tuyo!
El hombre acomodó una gran cantidad de huesos en una charola mientras Firulais daba vueltas de felicidad y ladraba como loco.
–Aquí tienes… –y le puso el traste en el suelo, todo un banquete para su perro fiel…
–¡Alto! ¡No se mueva! –Gritó un hombre encapuchado que le apuntaba con un rifle automático.
Mientras, otro soldado le retiraba el plato al perro. Lo único que quedaba del cuerpo del carnicero Domínguez.