sábado, 26 de enero de 2008

Caja rusa

No puedo escribir. La palabra se esboza y antes de que comience a tener significado se ve encimada por otra que corre la misma suerte al ser partida de un tajo. Todo esto pasa porque Julio no puede concentrase en mí y sé que tendré el mismo destino que sus palabras.
Ni siquiera yo puedo reconocerme. Un momento tengo los ojos azules, a un parpadeo se tornan negros y se ven cubiertos por una larga cabellera que luego cae íntegra en el piso del baño en donde él trata se suicidarme. Y cuando finalmente Julio logra decidir sobre la última imagen que veré antes de morir, él es convertido en un pintor que se llama Jesús, quien no ha salido de su casa en tres años debido a la tristeza que lo invade, porque el tiempo se ha detenido en su cuadro y ya no piensa más que en Aleyda, porque la ama y la odia por hacerlo olvidar que pintaba a un escritor rodeado de libros y dudas, postrado ante la hoja de papel rasgada innumerables veces, desesperado por no saber el color de sus ojos y si matará a Julio luego de no poder escribirlo y se sentará desesperada tratando de revivirlo después de morir así, cercenado por la línea asesina de una pluma que acaba de desparramarse.
Itzel Saucedo Villarreal

Metamorfosis

Las transformaciones habían venido desde tiempo atrás. Goyito se encontraba en su cuarto, leyendo, cuando sintió aquel cosquilleo del que tanto le hablaron sus ancestros.
Se tiró en el suelo, boca abajo, y sintió que su piel daba paso a la cáscara marrón que lo protegería de los malos tiempos. Sus extremidades también fueron cambiando y su frente se vio herida por dos delgadas antenas que se movieron –curiosas– buscando reconocer el mundo desde su nueva perspectiva. Pero su madrastra nada sabía de aquel secreto milenario, ni Goyito tuvo palabras para explicarlo; al momento de abrir la boca, la mujer –aterrorizada– lanzó un chanclazo certero que terminó súbitamente con la leyenda kafkiana.


Itzel Saucedo Villarreal

martes, 22 de enero de 2008

Retraso


El monstruo avanzaba, corría cada vez más rápido. Se acercaba peligrosamente. Pero de nada le sirvió el esfuerzo, la chica ya no estaba. El monstruo había llegado tarde a la pesadilla.

Itzel Saucedo Villarreal