jueves, 10 de septiembre de 2009

Extremidades

El detective entró a la habitación donde yacía el cuerpo desmembrado. El charco de sangre era extenso y el policía tuvo que aguantar las arcadas. Abrió el clóset. Ahí estaban las piernas, envueltas en plástico adherible. No lo soportó más.

En la sala estaba la esposa. Tenía el maquillaje corrido, los ojos hinchados y un pañuelo arrugado entre sus manos.

–Tenemos conocimiento de un percance previo que tuvieron con el homicida –dijo el investigador, leyendo su libreta de notas.

–Todo fue un malentendido, no lo habíamos visto y sin querer lo golpeamos con el carrito del súper. Martín trató de disculparse pero nada lo tranquilizaba. Incluso amenazó con aventar algunas cosas…

–¿Y su esposo hizo o dijo algo más? Algo que pudiera provocar…esto.

–– No. Después de todos los insultos, lo único que mi marido le contestó fue que ni en mil años se rebajaría a su nivel. De pronto se calmó, parecía desconcertado; se dio la vuelta y antes de salir nos dijo: “Eso lo veremos”.

–Detective, lo agarramos ­ –interrumpió un policía– lo traemos en la patrulla.

En el automóvil estaba, esposado, Israel el enano.

Itzel Saucedo Villarreal

Pullitzer

El fotógrafo captura la imagen perfecta: un niño con el casco de un bombero, la mirada perdida. En segundo plano, las llamas devorando los escombros. La dramática foto sería famosa y su nombre, reconocido mundialmente.

–Sólo se salvó el niño. ¡Qué tragedia! –dice un tragafuegos con la voz ahogada.

–Sí, qué tragedia –le contesta.

Y en la bolsa del pantalón, sus dedos acarician una caja de cerillos.